jueves, 21 de junio de 2012


MANUEL MONTORO GARCÍA
(+ 1956)



De historiandujar.com


Médico, cirujano, escritor, político...

E inquieto erudito, el doctor Montoro (como lo recuerda una calle céntrica de Andújar) fue un enamorado de su tierra. Su propia casa, sita en la calle Ollerías y hoy tristemente desaparecida, era un museo vivo de la artesanía de la zona. No olvidemos que, por ejemplo, las piezas de cerámica andujareña que se pudieron contemplar en la casa de Jaén de la Exposición del Traje Regional de 1924 fueron donadas por él.

Durante toda su vida se dedicó a la investigación histórica y a la defensa del patrimonio cultural de su ciudad y de toda la provincia, presentando informes sobre el estado de las ruinas de Iliturgi, la plaza de Santa María, los saqueos en la zona de Los Villares, cierto dolmen encontrado en nuestro término municipal, etc. Su entrega fue recompensada por los políticos locales y provinciales: el 11 de junio de 1923 fue nombrado Hijo Predilecto de Andújar. Sus inquietudes eruditas lo llevaron a ser elegido el 7 de diciembre de ese mismo año de 1923 académico correspondiente de la Historia. En 1925 fue delegado de la provincia de Jaén en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.

A la izquierda, parte de la fachada de la casa de don Manuel Montoro

Fue uno de los pilares del partido conservador y su jefe local en el periodo 1917-1923. Concejal del consistorio andujareño, ocupó el sillón de la alcaldía durante unos meses del año 1914. Muy pronto fue aupado a cargos de carácter provincial: de 1919 a 1920 fue vicepresidente de la Diputación de Jaén, pasando a ser presidente en el período 1920-1922. Según aporta Luis Pedro Pérez el hecho de apartar de la alcaldía de Andújar a Manuel Beltrán le acarreó ser muy criticado en el seno de su partido, formando frente común con Prado y Palacio.

Como andujeño no podía faltar en su currículum la devoción a la Morenita, llegando a ser hermano mayor de la Real Cofradía Matriz en 1911, de lo que queda constancia gráfica en la fotografía que abajo reproducimos. Don Manuel pertenecía a esa burguesía que se abría paso, poco a poco, entre la rancia nobleza de la ciudad y levantaba casonas de amplia fachada y patios de hierro colado; se ufanaba en tener una viña en la sierra (y la del doctor Montoro era imponente, allá por el pago de la Alcaparrosa) y una casa de campo en Capellanías; y sorprendía a los vecinos con la irrupción en la vía pública de un vehículo de motor como los que podemos admirar en el museo de los hermanos Del Val. Pero don Manuel Montoro fue también, y sobre todo, un profesional de la medicina que nunca olvidó sus humildes orígenes y que favoreció siempre que pudo a los más pobres. Tanto es así que en 1922 se le concedió la Gran Cruz de Beneficiencia a petición del Marqués del Rincón de San Ildefonso y la opinión pública, con el Ayuntamiento al frente.

La Cofradía Matriz fotografiada en el patio de la casa de don Manuel Montoro

De mi familia he oído muchas historias de don Manuel, como que sufrió amenazas y extorsiones (algo muy normal en la convulsa España de principios del siglo XX); que pudo estudiar la carrera de Medicina gracias a una tía suya; o que durante la Guerra Civil estuvo escondido en una fábrica de harinas justamente en la antigua calle Comedias Viejas que hoy lleva su nombre.

Algunas de sus investigaciones las encontramos en ese oasis cultural que fue la revista Don Lope de Sosa, como el estudio acerca de los Mínimos en Úbeda o “De cómo celebró la Ciudad de Andújar la canonización de los Mártires del Japón”, este último publicado en un número del año 1923.

Nuestro biografiado, del que ignoramos su fecha de nacimiento, dejó de existir un 22 de enero de 1956.

Su hijo, Juan José Montoro Cañete, fue abogado (1917-1980) y su nieto, J. José García Montoro, capitán de aviación muerto en acto de servicio (1934-1963).


FUENTES:

PÉREZ GARCÍA, Luis Pedro; Andújar 1900-1936. Monarquía, Dictadura, República. Jaén, IEG, 2005.

Revista Don Lope de Sosa.



martes, 5 de junio de 2012




VENERABLE FRAY GÓMEZ DE SAN LUIS
(1567 – 1637)


Mártir franciscano

La historia de Andújar, como la de otras ciudades en la Edad Moderna, se llenó de relatos heroicos de sus hijos, los unos penetrando con la espada en los territorios más ignotos que pudiera pensarse, y los otros con la cruz. A este último campo, al de aquellos que, movidos por su fe, llevaron el mensaje de Cristo y su Iglesia, pertenece nuestro biografiado, que halló martirio en el lejano Japón y a la avanzada edad de 80 años.

Don Gómez Palomino (o don Luis Gómez), ya que no queda claro si, como apunta Terrones, Gómez era nombre propio o su apellido, nació en el seno de una ilustre familia andujareña. Su padre fue don Luis Palomino y su madre, doña María Cobo. Vino al mundo un treinta de agosto del año 1567. El padre Vilches, con inevitable tono hagiográfico resalta que “a los primeros pasos de su vida dio muestras de su natural blanco y apacible. Y de consejo del Maestro Juan Vázquez, benemérito de este Obispado, oyó Cánones y Leyes en la Universidad de Osuna, y corrió tan felizmente sus cursos que en opinión de todos llegó a ser aventajado canonista y jurista”. Pero la gloria de una cómoda vida civil no parecía tentarlo, pues pronto se sintió llamado a abrazar el hábito franciscano, concretamente en el ya extinto convento de Santa Olalla, en Marchena.
Ruinas del convento franciscano de Santa Olalla (Marchena)

Nos sigue relatando el padre Vilches que ya en el noviciado “concibió tantos deseos de derramar su sangre por la gloria del Señor, que hecha su profesión y ordenado de sacerdote, trató con ardor de pasar a las Indias, y lo consiguió”. En concreto, fue enviado a Filipinas, en compañía de otro andujareño (que con el tiempo también alcanzaría la palma del martirio): fray Alonso Ruiz. Allí desarrolló su labor doctrinal durante unos años, aunque él perseguía, sobre todo, pasar a Japón, objetivo de conversión, en especial, de la Orden franciscana, cuyos deseos eran frenados por portugueses y jesuitas.

Por fin, en 1601 consigue su objetivo, en la misión del padre Jerónimo de Jesús, franciscano enviado por su Orden para resolver los graves problemas que vivían los cristianos en Japón y que, por cierto, no se resolverían durante los años siguientes, sino que se agravarían, ya que para los japoneses la introducción de costumbres occidentales, como la religión, podía ser el primer paso de un intento de colonizarlos. Dicho viaje fue objeto de una curiosa crónica, escrita por otro integrante de la expedición, el padre Pedro Burguillos que cita textualmente a nuestro fray Gómez de San Luis, como uno de los frailes que pasarían a Japón, en este caso, para residir allí definitivamente. Queda claro en este manuscrito, conservado en la actualidad en la Biblioteca Nacional, que si el objetivo del viaje es diplomático, no es esto lo que más interesa al andujareño que, en un momento dado, decide quedarse en la ciudad de Meaco, despidiéndose de sus compañeros de viaje, que iban en busca del shogun Tokugawa Ieyasu.

Antiguo grabado de la ciudad japonesa de Meaco, donde, al parecer, comenzó su labor pastoral fray Gómez (lanaova.blogspot.com)

Volvemos al padre Vilches que nos relata con evidente admiración el apostolado que, a partir de ese momento va a desempeñar fray Gómez en algunas de las regiones japonesas. Se disfrazó de pobre e iba cantando por las calles con un ravel pidiendo limosna. Caía bien a todo el mundo y así, de forma disimulada, entraba en casa de los cristianos a decir misa y administrar los sacramentos. Su inmersión en un terreno tan peligroso para los seguidores de Cristo como el Japón sirvió de información a las autoridades religiosas que, desde Filipinas, recibieron comunicaciones escritas por nuestro franciscano, en las que lamentaba la persecución de la que eran objetos tanto los cristianos locales como, sobre todo, los evangelizadores. En este sentido, se cuenta que llevó el consuelo a algunos religiosos presos como los padres fray Apolonio Franco, fray Tomás del Espíritu Santo y fray Juan de Santa Marta.
Representación de los primeros mártires en Japón.
(www.franciscanos.org)

Su labor se desarrolló por espacio de treinta y seis años, en los que sorteó milagrosamente la prisión y la muerte, ya que a partir de aquellos famosos primeros veintiseis mártires, crucificados en Nagasaki en 1597, la presión sobre los religiosos occidentales fue continua. No obstante, en 1637, el anciano fraile fue encarcelado en Vomura, en compañía del padre Sebastián Viera y dos doxicos suyos (maestros japoneses). Terrones nos cuenta cómo fueron trasladados a la cárcel de Yendo, siendo presentados ante los gobernadores de la plaza, a los que predicaron el Evangelio. Al no renegar de la fe, los colgaron cabeza abajo, en unas cuevas, hasta que murieron. Después quemaron sus cuerpos y arrojaron al mar las cenizas. La fecha de su muerte está fijada en 1637, el trece de febrero, día en que la Iglesia recuerda su memoria, con el título de Venerable.



FUENTES:

ÁLVAREZ DE LA FUENTE, P. José; Sucesión pontificia, epítome historial de las vidas, hechos y resoluciones de los Sumos Pontífices. Madrid, Imprenta de Lorenzo Francisco Mojados, 1731.

ORFANEL, Fray Francisco; Historia eclesiástica de los sucesos de la Cristiandad del Japón. Madrid, Viuda de Antonio Martín, 1633.

TERRONES ROBLES, Antonio; Vida, martirio, traslación y milagros de San Eufrasio. Granada, Imprenta Real, 1657.

VILCHES, Francisco de; Santos y santuarios del Obispado de Jaén y Baeza. Madrid, Domingo García y Morràs, 1653.