CUARTO
CENTENARIO DE LA MUERTE DE CERVANTES:
VIAJERO Y ROMERO (?) POR TIERRAS DE JAÉN
En
la antesala del encuentro romero que suscitó la sorpresa y
admiración de Miguel de Cervantes, queremos recordar que hubo sobre
la faz de la tierra un hombre de espíritu noble, que se sobrepuso a
todas las bofetadas que la vida quiso darle (que no fueron pocas) y
que nos dejó para nuestro disfrute retazos maravillosos de su saber
y humanidad. Miguel de Cervantes es ese nombre que nos sorprende en
el callejero de cualquier población, da igual grande o pequeña, y
del que, si acaso, atinamos a saber que es el autor de esa gran
parodia, a la vez que ejemplar disección del espíritu humano,
cuales son las andanzas del loco manchego Alonso Quijano. Pero
Cervantes, para todo hijo de Andújar, también debe ser el asombrado
espectador que un buen día se dio un garbeo por el cerro de la
Cabeza y admirado por “la infinita gente” que allí
vio, quiso plasmar con su siempre certera y sencilla pluma el hecho
sublime de la conjunción de lo divino y lo humano, de lo religioso y
lo profano, del cielo y de la tierra, de esa romería que en la época
era considerada como uno de los grandes acontecimientos marianos de
las Españas.
Portada de la edición madrileña de la novela |
El
profesor Luis Coronas defendió en su momento que la cita de
Cervantes en su Persiles y Segismunda no fue elegida al azar:
“la descripción de la romería nos lleva al convencimiento de que
estuvo presente en ella y su presencia debió tener lugar el último
domingo de abril de 1592” (1). Desde octubre del año anterior se
hallaba encargado por el proveedor general de galeras para hacerse
cargo de la incautación de grano dentro del obispado de Jaén. Dicho
grano debía ser trasladado a tierras gaditanas para fabricar con él
el suministro básico que alimentase a los hombres de la armada real.
El ingente trabajo con el que se encontró Cervantes hizo que
comisionase a otras cuatro personas para esta labor y, en concreto,
se cita a un tal Antón Caballero para hacerse cargo de poblaciones
como la de Andújar, lo cual no debe implicar que don Miguel no
estuviera por aquí. Por cierto,de sobra sabemos que este oficio le
acarreó muchos problemas: tanto la negativa de algunos a sufragar
con su grano las guerras del segundo Felipe como, más adelante,
incluso la cárcel en dos ocasiones al acusársele de apropiarse de
parte de esas ganancias. Por el mes de abril parece que estuvo en
Linares y es muy posible que un espíritu inquieto como el de
Cervantes no quisiese pasar la ocasión de acercarse al santuario que
entonces, por cierto, se hallaba dentro del proceso constructor
iniciado y sufragado por la Cofradía de Andújar, aunque finalizado
en lo esencial (2).
Fragmento de la lápida conmemorativa que encontramos en la lonja del santuario de la Virgen de la Cabeza de Andújar. |
Los
trabajos de Persiles y Sigismunda fue la obra póstuma de este
alcalaíno (de Henares) que tantos años vivió en tierras andaluzas.
El mismo autor confiaba en que esta novela constituyera lo mejor de
su herencia literaria. De hecho, la expectación que despertó el
libro fue tal que apareció a la vez en seis ciudades europeas
distintas. La historia, en cambio, nos ha demostrado que la
inmortalidad la alcanzó nuestro escritor gracias a El Quijote,
tanto por éxito de los lectores como por el refrendo de la crítica.
Persiles y Sigismunda es una novela de tipo bizantino, que tan
de moda estaba en el Renacimiento, donde se cuenta una historia de
dos amantes que han de vivir mil y una vicisitudes hasta conseguir
que su amor fructifique. En este caso, los protagonistas habrán de
recorrer todo el continente europeo hasta llegar a Roma y casarse
allí. Todo el relato se constituye como una peregrinación que tiene
como fin el doble galardón de visitar la ciudad eterna y conseguir
la bendición papal para su unión amorosa. No pasan por Andújar,
pero conocen a una peregrina, a seis leguas de Talavera (sic.), que
les da cumplida información de la fiesta abrileña. El investigador
andujareño José Carlos de Torres analiza todo el pasaje y, lo que
es más importante, el momento previo del mismo, que siempre se
obvia, y observa que la peregrina es presentada físicamente como un
ser caricaturesco y “de mala condición” (palabras textuales del
Persiles). Aquí parece despistarse Cervantes pues después la
peregrina tan solo les informa de las dos maravillas que, a su
juicio, guarda el reino de Jaén: la Santa Verónica y la romería de
la Virgen de la Cabeza (3), todo ello narrado con gran sinceridad,
sin que aparezca por ningún lado el más mínimo atisbo de la mala
condición antes referida. Cervantes añade, como es sabido, que él
había contemplado la escena romera en un cuadro del alcázar real de
Madrid. Según De Torres este lienzo debió pintarse a raíz de la
conversión del príncipe marroquí Muley Xequé tras asistir a la
romería de 1593. Este hecho fue tan importante como para que los
padrinos del bautismo fueran el propio Felipe II y la infanta Isabel
Clara Eugenia, amén de inspirar a Lope el segundo acto de una de sus
comedias. Pero colige nuestro paisano que de la observación del
cuadro no pudo extraer Cervantes todos los detalles que impregnan la
intervención de la peregrina, sino que son propios de alguien que
vivió la fiesta serrana o que, al menos, se informó por boca de
otros romeros. A pesar de la fascinación que estas palabras causan
en los dos enamorados, se excusan diciendo que deben seguir su camino
hacia Roma y que Andújar no les coge, que digamos, de camino.
Cuadro de Bernardo Asturiano (siglo XVII), que se conserva en el museo del santuario. (Tomado de: veracruzandujar.blogspot.com) |
Miguel
de Cervantes Saavedra moriría tal día como hoy hace cuatro siglos,
siendo enterrado al día siguiente en la iglesia conventual de las
trinitarias de Madrid. En el santuario, un monolito recuerda como fue
el primer cronista de la fiesta romera y en Andújar una calle
recuerda su nombre.
A
pesar de ser archiconocida, reproducimos a continuación este
fragmento, inserto en el capítulo sexto del tercer libro del
Persiles:
Saludáronla
en llegando [a la peregrina], y ella les volvió las saludes con la
voz que podía prometer la chatedad de sus narices, que fue más
gangosa que suave. Preguntáronla adónde iba, y qué peregrinación
era la suya, y, diciendo y haciendo, convidados, como ella, del ameno
sitio, se le sentaron a la redonda, dejaron pacer el bagaje que les
servía de recámara, de despensa y botillería, y, satisfaciendo a
la hambre, alegremente la convidaron, y ella, respondiendo a la
pregunta que la habían hecho, dijo:
—Mi
peregrinación es la que usan algunos peregrinos: quiero decir que
siempre es la que más cerca les viene a cuento para disculpar su
ociosidad; y así, me parece que será bien deciros que por ahora voy
a la gran ciudad de Toledo, a visitar a la devota imagen del
Sagrario, y desde allí me iré al Niño de la Guardia, y, dando una
punta, como halcón noruego, me entretendré con la santa Verónica
de Jaén, hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de
abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena,
tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de
la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la
tierra se celebra; tal es, según he oído decir, que ni las pasadas
fiestas de la gentilidad, a quien imita la de la Monda de Talavera,
no le han hecho ni le pueden hacer ventaja. Bien quisiera yo, si
fuera posible, sacarla de la imaginación, donde la tengo fija, y
pintárosla con palabras y ponérosla delante de la vista, para que,
comprehendiéndola, viérades la mucha razón que tengo de
alabárosla; pero esta es carga para otro ingenio no tan estrecho
como el mío. En el rico palacio de Madrid, morada de los reyes, en
una galería, está retratada esta fiesta con la puntualidad posible:
allí está el monte, o por mejor decir, peñasco, en cuya cima está
el monasterio que deposita en sí una santa imagen, llamada de la
Cabeza, que tomó el nombre de la peña donde habita, que
antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de un llano
libre y desembarazado, solo y señero de otros montes ni peñas que
le rodeen, cuya altura será de hasta un cuarto
de legua, y cuyo circuito debe de ser de poco más de media. En este
espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible,
por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que de
paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la
imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos el
solemne día que he dicho, le hacen famoso en el mundo y célebre en
España sobre cuantos lugares las más estendidas memorias se
acuerdan.
Suspensos
quedaron los peregrinos de la relación de la nueva, aunque vieja,
peregrina, y casi les comenzó a bullir en el alma la gana de irse
con ella a ver tantas maravillas; pero la que llevaban de acabar su
camino no dio lugar a que nuevos deseos lo impidiesen.
- CORONAS TEJADA,Luis; “Cervantes en Jaén, según documentos hasta ahora inéditos”, BIEG, 99 (1979), 27-28.
- LÁZARO DAMAS, María Soledad; “El santuario de la Virgen de la Cabeza en el siglo XVI. Historia de un proyecto artístico”, BIEG, 163, 3 (1996), 1437-1468.
- DE TORRES MARTÍNEZ, José Carlos; “La fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza según Miguel de Cervantes (Persiles, III, VI)”, BIEG, 193 (2006), 157-170.
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