VENERABLE FRAY GÓMEZ
DE SAN LUIS
(1567 – 1637)
Mártir franciscano
La historia de Andújar,
como la de otras ciudades en la Edad Moderna, se llenó de relatos
heroicos de sus hijos, los unos penetrando con la espada en los
territorios más ignotos que pudiera pensarse, y los otros con la
cruz. A este último campo, al de aquellos que, movidos por su fe,
llevaron el mensaje de Cristo y su Iglesia, pertenece nuestro
biografiado, que halló martirio en el lejano Japón y a la avanzada
edad de 80 años.
Don Gómez Palomino (o
don Luis Gómez), ya que no queda claro si, como apunta Terrones,
Gómez era nombre propio o su apellido, nació en el seno de una
ilustre familia andujareña. Su padre fue don Luis Palomino y su
madre, doña María Cobo. Vino al mundo un treinta de agosto del año
1567. El padre Vilches, con inevitable tono hagiográfico resalta que
“a los primeros pasos de su vida dio muestras de su natural blanco
y apacible. Y de consejo del Maestro Juan Vázquez, benemérito de
este Obispado, oyó Cánones y Leyes en la Universidad de Osuna, y
corrió tan felizmente sus cursos que en opinión de todos llegó a
ser aventajado canonista y jurista”. Pero la gloria de una cómoda
vida civil no parecía tentarlo, pues pronto se sintió llamado a
abrazar el hábito franciscano, concretamente en el ya extinto
convento de Santa Olalla, en Marchena.
Nos sigue relatando el
padre Vilches que ya en el noviciado “concibió tantos deseos de
derramar su sangre por la gloria del Señor, que hecha su profesión
y ordenado de sacerdote, trató con ardor de pasar a las Indias, y lo
consiguió”. En concreto, fue enviado a Filipinas, en compañía de
otro andujareño (que con el tiempo también alcanzaría la palma del
martirio): fray Alonso Ruiz. Allí desarrolló su labor doctrinal
durante unos años, aunque él perseguía, sobre todo, pasar a Japón,
objetivo de conversión, en especial, de la Orden franciscana, cuyos
deseos eran frenados por portugueses y jesuitas.
Por fin, en 1601
consigue su objetivo, en la misión del padre Jerónimo de Jesús,
franciscano enviado por su Orden para resolver los graves problemas
que vivían los cristianos en Japón y que, por cierto, no se
resolverían durante los años siguientes, sino que se agravarían,
ya que para los japoneses la introducción de costumbres
occidentales, como la religión, podía ser el primer paso de un
intento de colonizarlos. Dicho viaje fue objeto de una curiosa
crónica, escrita por otro integrante de la expedición, el padre
Pedro Burguillos que cita textualmente a nuestro fray Gómez de San
Luis, como uno de los frailes que pasarían a Japón, en este caso,
para residir allí definitivamente. Queda claro en este manuscrito,
conservado en la actualidad en la Biblioteca Nacional, que si el
objetivo del viaje es diplomático, no es esto lo que más interesa
al andujareño que, en un momento dado, decide quedarse en la ciudad
de Meaco, despidiéndose de sus compañeros de viaje, que iban en
busca del shogun Tokugawa Ieyasu.
Antiguo grabado de la ciudad japonesa de Meaco, donde, al parecer, comenzó su labor pastoral fray Gómez (lanaova.blogspot.com) |
Volvemos al padre Vilches que nos relata con evidente admiración el apostolado que, a partir de ese momento va a desempeñar fray Gómez en algunas de las regiones japonesas. Se disfrazó de pobre e iba cantando por las calles con un ravel pidiendo limosna. Caía bien a todo el mundo y así, de forma disimulada, entraba en casa de los cristianos a decir misa y administrar los sacramentos. Su inmersión en un terreno tan peligroso para los seguidores de Cristo como el Japón sirvió de información a las autoridades religiosas que, desde Filipinas, recibieron comunicaciones escritas por nuestro franciscano, en las que lamentaba la persecución de la que eran objetos tanto los cristianos locales como, sobre todo, los evangelizadores. En este sentido, se cuenta que llevó el consuelo a algunos religiosos presos como los padres fray Apolonio Franco, fray Tomás del Espíritu Santo y fray Juan de Santa Marta.
Su labor se desarrolló
por espacio de treinta y seis años, en los que sorteó
milagrosamente la prisión y la muerte, ya que a partir de aquellos
famosos primeros veintiseis mártires, crucificados en Nagasaki en
1597, la presión sobre los religiosos occidentales fue continua. No
obstante, en 1637, el anciano fraile fue encarcelado en Vomura, en
compañía del padre Sebastián Viera y dos doxicos suyos (maestros
japoneses). Terrones nos cuenta cómo fueron trasladados a la cárcel
de Yendo, siendo presentados ante los gobernadores de la plaza, a los
que predicaron el Evangelio. Al no renegar de la fe, los colgaron
cabeza abajo, en unas cuevas, hasta que murieron. Después quemaron
sus cuerpos y arrojaron al mar las cenizas. La fecha de su muerte
está fijada en 1637, el trece de febrero, día en que la Iglesia
recuerda su memoria, con el título de Venerable.
FUENTES:
ÁLVAREZ DE LA FUENTE, P.
José; Sucesión pontificia, epítome historial de las vidas,
hechos y resoluciones de los Sumos Pontífices. Madrid, Imprenta
de Lorenzo Francisco Mojados, 1731.
ORFANEL, Fray Francisco;
Historia eclesiástica de los sucesos de la Cristiandad del Japón.
Madrid, Viuda de Antonio Martín, 1633.
TERRONES ROBLES, Antonio;
Vida, martirio, traslación y milagros de San Eufrasio.
Granada, Imprenta Real, 1657.
VILCHES, Francisco de;
Santos y santuarios del Obispado de Jaén y Baeza. Madrid,
Domingo García y Morràs, 1653.
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